lunes, 24 de marzo de 2008

TIBET


Cada pueblo tiene su forma característica de pensar influida por muchos factores. Entre ellos podemos enumerar la experiencia pasada por sus componentes, que queda reflejada, de forma más o menos fidedigna, por la historia.
Otro factor importante es el geográfico, sabido es que los ríos y mares favorecen la comunicación con el exterior; y que las montañas la dificultan.

Contamos también con el tipo de vida que provoca la forma y calidad del terreno, esto hace, entre otras cosas, que sus habitantes sean más o menos cómodos, que se acostumbren a la seguridad y estabilidad producida por cosechas abundantes o a la inseguridad producida por riesgos constantes de inclemencias climáticas o geológicas.

Todo este preámbulo nos sirve para comprender mejor la mentalidad y forma de vida tibetana. Un factor geográfico decisivo son las montañas del Himalaya, estas montañas mantuvieron un gran nivel de aislamiento de este pueblo durante muchísimos años. Asimismo, el clima seco y frío no animaba a otros pueblos a intentar su conquista.

Estos factores influyen en el carácter del tibetano, los hacen personas duras, resistentes y predispuestas al sacrificio necesario para conseguir metas materiales, morales y espirituales. Su mentalidad es menos especulativa que la nuestra, más dispuesta a vivir que a discutir lo que se aprende.

De manera que, con la única excepción del Budismo, durante varios cientos de años, ninguna forma de cultura exterior penetró en este mágico lugar.

Dicen algunos orientales que el Tibet es el “Ombligo del Mundo”, o sea un centro espiritual en el cual tuvo su origen el ser humano. Lo mismo decían los incas respecto a Cuzco o los griegos respecto a Delfos. Cuentan otras tradiciones que allí se guardan las reliquias más antiguas que el hombre pueda imaginar e incluso conocimientos no alcanzados aún por la ciencia. No faltan tampoco leyendas que hablan de seres superiores, espirituales. Todo esto contribuye a crear el clima de misterio que siempre rodeó a Tibet.

La filosofía de Tibet es distinta a la de la India. Esencialmente nos habla de lo mismo, pero la mentalidad tibetana le ha sacado al pensamiento hindú su dulzura. Eso no significa que sean fríos, pero en su forma de expresar las ideas y sentimientos no hay exuberancia de ningún tipo, sino que dejan traslucir la belleza natural que se halla en todas las cosas.

Los conocimientos y vivencias tibetanas fueron ocultándose y terminaron perdiéndose, prácticamente, con la invasión china. Pero una parte de ese legado se ha podido conservar a través de algunos libros rescatados. Uno de ellos es “El Libro de los Preceptos de Oro”, del que Helena Petrovna Blavatsky ha extraído una parte que ha titulado La Voz del Silencio”.

Este libro es una pequeñísima muestra de un pensamiento lleno de vivencias espirituales e impregnado de confianza en la Naturaleza y sus leyes.

Exponemos solamente un fragmento de dicho libro:

Haz que tu alma preste oído a todo grito de dolor, y no permitas que el sol ardiente seque una sola lágrima de pena antes que tú la hayas enjugado en el ojo del que sufre. Pero deja que las ardientes lágrimas humanas caigan una a una en tu corazón y en él permanezcan sin enjugarlas hasta que se haya desvanecido el dolor que las causaba.

Estas lágrimas, oh tú, de corazón compasivo, son los arroyos que riegan los campos de caridad inmortal. En este suelo es donde crece la flor de media noche, la flor de Buda, más difícil de encontrar y más rara de ver que ninguna otra.”

Este párrafo es una muestra de la filosofía profunda que baña el pensamiento tibetano, que va siempre a buscar la causa del dolor, que, a veces, no es la que parece. Todo lo que nos sucede tiene un por qué, aunque nosotros no lleguemos a encontrarlo.

La lluvia siempre caerá, el sol siempre saldrá, aunque nosotros no sepamos por qué.

Pero podemos aumentar nuestra capacidad de atención, nuestra capacidad de esfuerzo y, tal vez, llegaremos a conocer, un poquito más el pensamiento y el corazón humanos.

Quizás nos falta valor para enfrentar esa búsqueda porque no sabemos lo que vamos a encontrar, pero esconderse, y no ver, no evita que las cosas sucedan, que la vida siga adelante sin que nosotros seamos partícipes de nuestro propio destino.

Otro pilar fundamental es la compasión ante el dolor ajeno, pero una compasión inteligente, que nos lleva a ayudar al que sufre sin quedarnos en el hecho concreto, en lo puntual.

Esta ayuda no termina hasta que hayamos localizado y anulado la causa de ese dolor. Porque si no es así el dolor volverá y se repetirá.

Esta filosofía nos presenta una idea bellísima, que aparece en religiones, filosofías, alquimia..., y es que ayudando a los demás es como mejor nos ayudamos a nosotros mismos. También podemos recordar la frase que se podía leer en el Templo de Apolo, en Delfos: “Conócete a Ti mismo y conocerás el Universo y los Dioses”.

Vemos, pues, que la verdad, la generosidad, el conocimiento..., no son patrimonio de nadie y son patrimonio de todos, se pueden encontrar analogías en los lugares y épocas más distantes, sólo hace falta un verdadero espíritu de investigación alejado de prejuicios e intereses creados.


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